Hache
Por Beto Ortíz
Sesenta años después, Hache ha regresado a Tarma. Han pasado treinta y cuatro desde que nos vimos las caras por primera vez y puedo decir con certeza que nunca lo había visto tan dichoso. En realidad, nunca lo había visto siquiera un poquito dichoso. Hache es un hombre áspero, más bien renegón, intolerante y malagracia. Más presto para la sentencia lapidaria que para el consejo. Más ducho en el rencor que en el perdón. Pero, en esta mañana furiosamente azul y, en medio de este aire gélido y alcanforado, Hache parece un niño pobre regalado en nochebuena. Sesenta años después, ha reconocido de inmediato a cada uno de sus recuerdos y ha corrido –corrección- ha rengueado del uno al otro, ¡con qué ilusión! Esta es la calle Lima. Este, mi colegio “San Ramón. Esta, la panadería “Palomino”. Aquella, la iglesia del Señor de la Cárcel… y así. Su júbilo es justificado: tus recuerdos son tu historia y no hay sobre la tierra, nada más triste que un hombre que no tiene historia. Su esposa, por ejemplo, si que la ha perdido para siempre: la memoria, las palabras, todo eso que un día, sin que te des cuenta siquiera, te arrebata el sigiloso aluvión de un tiempo que no conoce de piedad.
Sin embargo, desde el mismo corazón de todos sus olvidos, ella lo mira sonreír y también sonríe con su chal violeta sentada en medio del añejo rosedal junto a la pileta hasta donde ha llegado llevada del brazo lentísimamente por el ama y el chofer. Viéndola contemplar a su esposo que escudriña los sembríos con aires de gran hacendado, empinándose por sobre los dulces muros de adobe, casi se podría decir que luce enamorada, ¿estará acaso tan sorprendida como yo de descubrir a esta Hache radiante, apasionado, reilón, desconocido? Apostaría a que sí, porque estoy seguro que es la primera vez que lo escucha contar todas estas historias fabulosas que nos cuenta, mientras los trompitos de eucalipto crepitan en el horno del pan y una copita de anís resucita en el pecho esa armonía que temíamos extinta.
¡Yo no sabía que Hache había nacido aquí! Y pensar que siempre lo escuché maldecir contra los serranos y, qué maravilla, él mismo había sido –en secreto- un serranazo fabuloso. Yo no sabía que su padre, agente viajero, había hecho una escala técnica en este valle fantástico para que el primer aire que respirara en su vida imagínense la bendición –fuera precisamente el perfume imposible de las más longevas rosas. Yo no sabía que, victima estoica de estrecheces y pellejerías, lo habían dejado aquí, viviendo en los altos de un austero solar de la calle Huánuco, frente al mercado, sin más cariño ni compañía que la de un digno y taciturno notario público, muy respetado, que había internado a un hijo suyo en el Colegio Militar de Lima y, a cambio, había convertido a Hache en su ahijado, haciéndose cargo de todos sus gastos de alimentación, vestido y educación. Yo no sabía cuánto le gustaban los maicillos, esas masitas aterciopeladas que se le deshacen a uno en la lengua y cuánto también la leche de establo, las humitas, el sáuco, el cordero, las habas, el mate de coca, la papa con cáscara, la patasca, el manjarblanco de chirimoya, (¡yo no sabía que existía el manjarblanco de chirimoya!). Yo no sabía que era devoto –creía imposible que Hache pudiera ser devoto de algo –nada menos que del Señor de Muruhuay, a cuya casa, tallada en la roca, me hizo llevarlo, pasito a paso, tomado de la mano, casi, casi a ritmo de procesión, para rezar con él -¡increíble! –bisbiseantes e infalibles padrenuestros. Yo no sabía tampoco, ni sospechaba siquiera, su ciega e irracional devoción por las alcachofas que devora con el mismo metódico fervor con que edifica alucinantes esculturas, apilando centenares de las hojas golosamente mordisqueadas. O, mejor dicho: de los pétalos. ¡Yo no sabía que las alcachofas eran flores!
Yo no sabía, en suma, todo lo que él sabía y nunca me dijo. Porque, ahora que lo pienso, nunca me dijo nada y, tal vez, porque yo nunca se lo pregunté. Yo no sabía que él sabía todo en esta vida, menos empacar una maleta porque, desde que se fue de Tarma a Lima, a los 15 años, nunca más volvió a viajar en su vida y, en esa vida suya sin aviones, trenes ni transatlánticos no hubo manera posible de saber, por ejemplo, que no existe diferencia entre explorar y estar perdido. O que en los viajes, que en la vida, el destino es lo que menos importa, porque, al final, viajar es siempre el único destino. Siempre me había preguntado, mirándolo sin que se diera cuenta: ¿cómo se puede vivir sin haber nunca viajado?, ¿cómo se puede saber lo que es la dicha de llegar si no te has ido jamás con tu música a ninguna parte? Siempre pensé que esa su existencia inmóvil tenía que haberle marchitado cualquier rezago de ternura, pero, ya ven, aquí lo tengo, medianoche de otoño del 2002, sin cepillo de dientes, sin más equipaje que dos mudas de ropa interior y ningún par de medias extra en la maleta descachalandrada, pero estrenando, nuevecita, su alegría de la vida.
Está jugando póker con el chofer y conmigo y nos está propinando una paliza, (había sido timbero). Está masticando a duras penas su canchita tostada en olla de barro, (nunca contó que la llevaba a clases en los bolsillos del guardapolvo por toda lonchera). Está identificando, infalible, a todos los compositores –Vivaldi, Ravel, Prokofiev –de todos los discos de vinilo que he tocado en la radiola desde hace horas, (¿un entendido en música culta?). Está bailando. Ahora, está bailando. Está bailando el vals “Cariño Bueno” (Lo mejor de los Hermanos Zañartu. Discos “El Virrey” 1975) y ustedes no podrían creer la luz que emana la sonrisa de la mujer que, arrastrando, como él, un poquito los pies, baila hermosa y visiblemente, ahora sí, enamorada de este hombre al que nunca en mi vida vi besar ni en la mejilla. Enamorada y recordando en modo asombroso cada acorde y cada palabra de esta canción inolvidable que, a partir de ahora, tendrá que ser también, obligado, mi canción.
Hache es feliz, apostaría que por primera vez, mientras allá arriba, la feérica noche se excede en estrellas. Hache es feliz y yo estoy encantado de haberlo conocido aquí, en la perfecta paz de esta plácida hacienda de su precioso pueblo natal. Quién diría que yo me llamo Hache también. Quién diría que soy su único hijo.
La Florida, Tarma, 19 de agosto de 2002.
Publicado en el diario PERU 21, Domingo 27 de octubre de 2002